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Para entender el propósito y la esencia de este diálogo, es fundamental situarnos en el contexto emocional de los discípulos. Están llenos de incertidumbre y ansiedad: acaban de presenciar la salida inesperada de Judas, escuchan la advertencia de Jesús sobre las tentaciones que enfrentarán, incluida la negación de Pedro, y se enfrentan a una desconcertante afirmación sobre su inminente partida, la cual asocian inevitablemente con la muerte. En este clima de confusión y vulnerabilidad, Jesús busca consolar y fortalecer a sus seguidores, ofreciéndoles palabras de esperanza y promesas de una conexión continua, incluso después de su partida:
14 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. 2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
Ante la evidente angustia de los discípulos por el anuncio de la partida de su Maestro (Jn 13:33), y la desilusión causada por su errónea expectativa de seguirlo de inmediato, Jesús les dirige palabras llenas de consuelo y esperanza. Su preocupación era tan profunda que el evangelista utiliza el verbo tarásso, que en Juan siempre denota una conmoción intensa1, como la que experimentó Jesús frente a la muerte de Lázaro. En medio de tal incertidumbre, Jesús los invita a poner su confianza en Él, del mismo modo que confían en Dios. En este punto, queda claro que creer en el Padre implica creer también en el Hijo, ya que su adhesión a Dios está intrínsecamente unida a su fe en Jesús.
La partida de Jesús no es un abandono, sino que tiene un propósito claro: preparar un lugar para ellos en la “casa de su Padre”, un espacio celestial (Mt. 25:34; Mc. 10:40; 1 Co. 2:9; Hb. 11:16; 1 Pe. 1:4). Este lugar no es desconocido para Jesús y está diseñado con abundante espacio para todos los que creen en Él, aquellos que son “suyos” (Jn 17:6,10). Su promesa reafirma que esta separación es temporal y que hay un destino eterno reservado para los suyos.
Con respecto al v. 2, se ha escrito lo siguiente:
La última parte del versículo 2, “si no fuera así…”, es difícil de traducir. En vista del contexto, sin embargo, el significado difícilmente puede ser otro que: “Si las cosas fueran diferentes con respecto a mi partida y si fuera solo asunto mío y no de ustedes también, ¿entonces les habría hablado de ello como lo he hecho? Porque me voy precisamente con el propósito de preparar un lugar para ustedes”.2
Su partida, por tanto, no es el fin, sino un proceso necesario y, además, de carácter salvífico. Su muerte es una ida al Padre. Es una forma nueva de relación con el Padre. Se trata, sin duda, del misterio de la resurrección, que va a glorificar a la humanidad de Jesús. Por la resurrección, Jesús entra en una nueva fase de comunión con el Padre.
3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. 4 Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.
La promesa de Jesús se centra en una unión definitiva futura, un encuentro en el que los discípulos seguirán un camino ya conocido hacia su divino Maestro: “os tomaré conmigo”3. Aunque el Evangelio de Juan no menciona con tanta frecuencia la parusía como otros evangelistas, aquí se muestra como una esperanza concreta para sus seguidores.4
Estas declaraciones tienen una relevancia especial. Los capítulos 14-17 reflejan la preocupación de Jesús por el tiempo intermedio antes de su regreso final, una etapa que recibe una atención mucho mayor que el futuro escatológico. Además, este futuro no es presentado a los discípulos en términos apocalípticos tradicionales, sino desde la autocomprensión de Jesús como el enviado del Padre. De modo que la iglesia debe aprender a entenderse a sí misma en términos de su unión con Cristo.
Jesús no solo va al Padre, sino que lo hace para garantizar una comunión con Él que refleje la relación que Él mismo tiene con el Padre. Las palabras “casa” y “lugar” (Jn 14:2) evocan el templo, destruido con la muerte de Jesús y transformado en su propia persona. Jesús es el verdadero templo, y su resurrección abrirá las puertas para que los discípulos puedan entrar en esa “casa del Padre”, que es Él mismo. En Jesús habita el Padre, y al experimentarlo tras la resurrección, los discípulos serán trasladados a una comunión con el Padre tan profunda como la que Jesús disfruta.
5 Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? 6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. 7 Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.
El mensaje de Jesús sigue enfocado en consolar a sus discípulos frente a la inminente separación. Sin embargo, en esta ocasión, el aliento no se basa únicamente en la promesa de su regreso, sino en que los discípulos ya conocen el destino de su partida: la casa del Padre. Jesús les asegura que este lugar no solo es su destino, sino también el punto hacia el cual ellos estarán avanzando a partir de ahora (Jn 14:6).
La pregunta de Tomás, que refleja la incertidumbre de los discípulos sobre el significado de la partida de Jesús, da lugar a una de las declaraciones más icónicas del Evangelio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Con esta afirmación, Jesús no solo les señala el camino hacia el Padre, sino que les revela que Él mismo es ese camino. Es el único mediador confiable, verdadero y vivificante que conecta a los seres humanos con Dios. A través de su vida y enseñanza, Jesús ha mostrado quién es el Padre, asegurando a sus discípulos que no estarán solos, sino que podrán vivir en fe con la certeza de que conocen al único Dios verdadero como su Padre.
Con respecto a Jn 14:6, Leon Morris escribió:
“Camino” habla de una relación o conexión entre dos personas o cosas, y aquí se refiere a la unión entre Dios y los pecadores. “Verdad” nos recuerda la total credibilidad de Jesús en todo lo que dice y hace. Y “vida” hace hincapié en que la mera existencia física importa bien poco. La única vida que merece ser llamada así – vida – es la que Jesús ofrece, porque Él es la vida misma. Jesús está afirmando que su obra es lo único que los pecadores necesitan, que es suficiente; en otras palabras, está afirmando la singularidad y la suficiencia de su obra.6
En esta declaración de identidad, “Yo soy”, Jesús se presenta de forma exclusiva como el puente entre Dios y la humanidad. Es el lugar donde ocurre el encuentro con lo divino, una escala similar a la de Jacob que conecta el cielo y la tierra. En el Evangelio de Juan, la verdad no es solo un concepto o un conocimiento abstracto, sino que está plenamente encarnada en la persona y la obra de Jesús, quien representa el cumplimiento del propósito de Dios. Asimismo, la “vida” no se limita al ámbito físico, sino que abarca una experiencia transformadora de comunión con Jesús resucitado y con el Espíritu, otorgando al creyente una paz y plenitud duraderas.
Con estas palabras, Jesús deja claro que conocerle a Él es conocer al Padre. Esta verdad satisface la necesidad profunda del ser humano de encontrarse con Dios, prometiendo una comunión eterna con el Creador, accesible a través de la vida, verdad y camino que Jesús representa.
En la teología judía, los términos “camino”, “verdad” y “vida” se entrelazaban profundamente, al punto de ser casi intercambiables en su significado espiritual y práctico. Por ejemplo, el camino representaba la lealtad y devoción a Dios, como en Dt 5:32-33, que exhorta a no desviarse ni a la derecha ni a la izquierda, sino a caminar en obediencia para experimentar vida y bendición. Este concepto se conecta naturalmente con la verdad, la cual define el estilo de vida centrado en la justicia y la fidelidad a Dios, como se evidencia en Sal 86:11: “Enséñame, Señor, tu camino; andaré en tu verdad”. Asimismo, el camino de la vida y su propósito existencial se refleja en pasajes como Pr 6:23, que declara que la instrucción divina es un “camino de vida”.
La verdadera vida, se alcanza al caminar en la senda de la obediencia y al vivir en la verdad de Dios, lo cual establece una unidad teológica que culmina en la experiencia de comunión con el Creador. La unión de estos términos está implícita en Is 30:21, donde Dios guía al creyente con la voz que dice: “Este es el camino, anden por él”, subrayando que la verdad y la vida se hallan al andar en los caminos de Dios.
8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. 9 Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
Esta segunda petición, aunque surge de una genuina intención de comprender, evidencia una falta de entendimiento sobre la magnitud de lo que Jesús ha revelado acerca del Padre a través de su propia persona (e.g. en contraste a los dioses griegos enajenados y distantes de los acontecimientos humanos). Jesús aprovecha esta ocasión para recalcar una de las verdades más fundamentales del Evangelio de Juan: la unidad inseparable entre Él y el Padre. Esta conexión profunda no solo refleja que Jesús es el reflejo visible del Dios invisible (Jn 1:18), sino también que es la imagen perfecta del Padre (Col 1:15). A través de estas palabras, Jesús invita a sus discípulos a profundizar en su comprensión de quién es realmente y a reconocer en Él la manifestación completa de Dios.
10 ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. 11 Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.
Jesús enfatiza nuevamente su profunda unidad con el Padre, invitando a sus discípulos a comprender que ver a Él es equivalente a ver al Padre. Con una declaración llena de autoridad, Jesús señala que sus palabras no son propias, sino que provienen del Padre que habita en Él, reflejando una comunión divina única. Además, sus obras sirven como testimonio tangible de esta conexión, confirmando que su misión y poder son una manifestación directa de la presencia de Dios. Con estas palabras, Jesús llama a sus seguidores a creer no solo en lo que dice, sino también en lo que hace, demostrando que su vida y ministerio son una ventana directa al corazón del Padre.
12 De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. 13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.
Jesús promete que quienes creen en Él harán obras mayores que las suyas, debido a su ascensión al Padre. Estas obras no serán más espectaculares en naturaleza, sino que se extenderán más ampliamente gracias al Espíritu Santo y el tiempo de la iglesia. El secreto de estas “mayores obras” es: las respuestas a la oración en su nombre.
La frase “pedid en mi nombre” aparece solo en el Evangelio de Juan, aunque tiene paralelos en otros textos (cf. Mt. 18:19-20). Significa algo así como “pedir con un llamamiento a mí.” Aquí, sin embargo, Jesús no solo es aquel en cuyo nombre los discípulos orarán, sino también aquel a quien dirigirán sus oraciones y quien responderá personalmente. Esto no quiere decir simplemente usar su nombre como una fórmula mágica. Quiere decir que la oración debe ir de acuerdo con todo lo que su nombre representa. Es una oración que procede de la fe en Cristo, una oración que demuestra que se es uno con Cristo, una oración busca glorificar a Cristo. Y el propósito de todo ello es dar gloria a Dios, una gloria que es “en el Hijo”.
El propósito de esta promesa es que “el Padre sea glorificado en el Hijo.” Incluso después de su partida, la glorificación del Padre en el Hijo continuará en la tierra a través de las obras de los discípulos, que serán realizadas por medio de la oración en su nombre.