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Creo que muchos de nosotros hemos encontrado consuelo en las palabras del apóstol Pablo cuando nos habla de la prevalencia y la seguridad del amor de Cristo ante cualquier circunstancia: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (Romanos 8:35). Pero, sin temor a equivocarme, y en consonancia con muchos hombres versados en cuanto al desarrollo de la teología cristiana, sobre todo a partir de la Reforma, considero que el debate concerniente a la aplicación de esta eterna seguridad a la vida del creyente es uno de los más controvertidos en la historia del cristianismo.
El debate, tal y como J. Mathew Pinson lo plantea, gira en torno a dos cuestionamientos fundamentales, sobre los cuales descansa toda una estructura soteriológica: ¿cómo el hombre puede llegar a tener plena seguridad de su posición en Cristo? y, por otro lado, ¿esta posición ofrece una garantía eterna de su Salvación? Dicha cuestión no es menor, puesto que en ella se ven afectadas otras dimensiones del pensamiento y la práctica cristiana, tales como la noción de Libre Albedrío, la doctrina de la aplicación de la Redención al creyente, y toda la dinámica concerniente a la vida espiritual en comunión con Cristo por el Espíritu.
En este artículo, y dada la insondable cantidad de letras que se han escrito sobre el tema, me limitaré solamente a presentar un abordaje introductorio a la cuestión misma, a la luz de cuatro perspectivas principales que han permeado la enseñanza evangélica en los últimos siglos después de la Reforma. Tomando como base la obra editada por el mismo Dr. Pinson y publicada en español por Editorial CLIE: La Seguridad de la Salvación: Cuatro puntos de vista, intentaré abordar las bases del pensamiento de figuras como Juan Calvino, Jacobo Arminio y John Wesley en torno a la economía de la salvación del creyente. Sin duda recomiendo para un estudio más profundo, empero aún introductorio, revisar de primera mano el material con el que yo me baso. Espero que este escrito sea de bendición y enriquecimiento para todo hermano en Cristo interesado en el tema.
El enfoque clásico de la doctrina de la seguridad de la salvación proviene del pensamiento del reformador de Ginebra, Juan Calvino, en el siglo XVI. No obstante, Calvino toma mucho de San Agustín en cuanto al alcance de la Soberanía de Dios en la vida del creyente. Para Calvino, la Gracia es una expresión de esa Soberanía divina, sobre la cual Dios, ante una humanidad totalmente depravada y muerta en pecado, predestina, atrae irresistiblemente y regenera a aquellos que son elegidos incondicionalmente para salvación, lo cuales perseverarán en esa salvación hasta la muerte. En el calvinismo, la salvación es obra de Dios, de principio a fin (Juan 6:37-39; Romanos 8:29-39), más que una cuestión de “una vez salvos, siempre salvos”.
Después de la muerte del reformador, se suscitaron desacuerdos con respecto a la doctrina de la predestinación entre las iglesias reformadas de Europa occidental, muchos de los cuales giraron en torno a Jacobo Arminio, un opositor de las ideas calvinistas. En respuesta a las ideas arminianas, se celebra el Sínodo de Dort (1618-1619), en el cual se sistematiza la soteriología calvinista, en lo que hoy llamamos los «cinco puntos del calvinismo» o «doctrinas de la Gracia», se resumen bajo el acrónimo TULIP (en inglés):
El calvinismo moderno no se define en cuanto a si Calvino enseñó lo que llamamos «doble predestinación», que enseña que Dios predestina tanto para salvación como para condenación, sin tener en cuenta ningún tipo de acción humana, o en cuanto a si Calvino enseño algún tipo de expiación particular o limitada (Cristo muriendo solo por elegidos). Este pensamiento influyó en las iglesias reformadas de Europa, puritanos, presbiterianos y bautistas particulares.
Somos salvos por la fe sola, pero no por una fe que queda sola
Juan Calvino
Es importante tomar en cuenta, no obstante, que no es posible comprender las ideas calvinistas a la luz de ciertos pasajes del Nuevo Testamento que aluden a advertencias al creyente a perseverar (e.g. Hebreos 2:1-3), sin un pleno entendimiento de lo que se conoce como «Teología del Pacto». Estos pasajes de advertencia representan un aviso para los no creyentes que han participado en el pacto (una “tercera categoría”, además de los «salvos» y los «no salvos») en virtud de su bautismo y de su membresía en la Iglesia, pacto cuyo círculo es más amplio que el de la Salvación.
El «calvinismo moderado» es un término descriptivo utilizado para aquellos dentro de la tradición calvinista que han adaptado sus creencias, especialmente en lo que respecta a la predestinación, hacia una postura menos rígida. Esta tendencia prevalece entre los bautistas contemporáneos y otros grupos evangélicos libres, quienes se adhieren a ciertos aspectos del calvinismo como la depravación total y la perseverancia de los santos, pero reinterpretan o rechazan otros elementos más tradicionales del calvinismo clásico, como la elección, el llamamiento eficaz y el alcance de la expiación.
La Salvación sigue siendo una obra incondicional de Dios (Romanos 11:29), y no hay nada que una criatura pueda hacer para invalidarla (Romanos 8:38-39). La seguridad eterna no se fundamenta en el libre albedrío (Juan 1:13), nuestras buenas obras (Efesios 2:8-9), sino en la gracia de Dios (Tito 3:5-7; Romanos 11:6). Tampoco niega que, por ejemplo, Jesús interceda solo por los escogidos en Juan 17:9 y no por todo el mundo. Sin embargo, sí afirma que Cristo desea que todos formen parte de su Esposa (Mateo 23:37; Juan 3:16; 1 Timoteo 2:4; 1 Juan 2:2; 2 Pedro 3:9).
Cabe señalar que este movimiento no es nuevo; tiene sus raíces en los cambios doctrinales de los bautistas generales del siglo XVII en Inglaterra, quienes se alejaron de una creencia en la posibilidad de apostasía hacia una aceptación de la perseverancia incondicional de los santos, manteniendo al mismo tiempo otras doctrinas como la elección condicionada por la fe. Este pensamiento moderado se volvió más prominente en los siglos XIX y XX, especialmente en América del Norte, donde los bautistas, influenciados por los movimientos revivalistas y la Confesión de Fe de New Hampshire, comenzaron a suavizar los aspectos más duros del calvinismo tradicional.
El arminianismo reformado se basa en las ideas del teólogo holandés Jacobo Arminio, quien jugó un papel crucial en el movimiento anticalvinista de la Iglesia Reformada Holandesa a finales del siglo XVI. El arminianismo reformado se distingue por su enseñanza de que la elección divina es condicional a la fe y la perseverancia en esta hasta el final de la vida del creyente, lo que abre la puerta a la posibilidad de apostasía o «caída de la gracia» si el individuo renuncia a su fe en Cristo.
Muchos pasajes en los que se exhorta al creyente a «perseverar», «permanecer», «asirse a», etc. son tomados por el arminiano para fundamentar la doctrina de la seguridad condicional (e.g. Colosenses 1:23; 1 Corintios 15:2; Hebreos 3:12-14). El creyente no solo debe seguir creyendo, sino seguir viviendo su fe cristiana.
La fe es un regalo gratuito y de gracia de Dios.
Jacobo Arminio
Arminio no negó la regeneración o la justificación por la fe, pero introdujo la idea de que no todos los regenerados son necesariamente escogidos en el sentido final y seguro hasta la perseverancia definitiva en la fe. El propone una visión que equilibra la soberanía divina con la responsabilidad humana, y ve la apostasía como un estado irrevocable, producto de la renuncia voluntaria a la fe en Cristo (Hebreos 6:4-6). Esta enseñanza no busca minimizar la gracia divina, sino más bien resaltar la seriedad de la fe y la obediencia continuas como aspectos cruciales de la vida cristiana. La gracia, como una «suave persuasión», opera sinérgicamente con el libre albedrío, actuando no de manera operativa, sino cooperativa, y por tanto, resistible.
Esta doctrina ha influido en varias tradiciones dentro del protestantismo, incluidos los bautistas generales del siglo XVII en Inglaterra bajo el liderazgo de Thomas Helwys, y posteriormente ha sido una influencia significativa en las enseñanzas de John Wesley y el movimiento metodista.
El arminianismo wesleyano consiste en aquel enfoque teológico desarrollado por John Wesley, en el contexto del siglo XVIII en la Iglesia de Inglaterra. Aunque Wesley quiso identificarse con Jacobo Arminio, su teología se construye a partir de una amplia gama de influencias, incluidas las tradiciones anglicanas, la obra de teólogos como Hugo Grotius y John Goodwin, y el anticalvinismo inglés del siglo XVII. Su enfoque consiste en una elección condicional, expiación universal, la posibilidad de resistir la gracia, y la posibilidad de apostasía (Salmos 51:11, Juan 15:14).
Una distinción clave del arminianismo wesleyano es su enseñanza sobre la Expiación y la Justificación, que se aparta de la visión de Arminio al adoptar una teoría «gubernamental» de la Expiación y rechazar la imputación de la justicia de Cristo en la Justificación. Esto pone énfasis en la transformación personal y colectiva que el evangelio busca efectuar en los creyentes, así como la necesidad de perseverar en la gracia a través de una fe activa y un compromiso continuo.
El arminianismo wesleyano sostiene que los creyentes pueden perder su salvación no solo por la incredulidad sino también por el pecado deliberado no confesado. Sin embargo, a diferencia de otras visiones que pueden ver la apostasía como un estado final, Wesley enseña que la salvación perdida puede ser recuperada mediante el arrepentimiento y una renovada fe en Cristo.
Cada uno, puede que haya nacido de Dios en un instante, pero sin embargo crece lentamente y gradualmente.
John Wesley
Este enfoque teológico ha dejado una huella duradera en diversas denominaciones y movimientos cristianos, especialmente en el metodismo, grupos de Santidad, y en las tradiciones pentecostales y carismáticas, donde la herencia wesleyana sigue siendo una influencia significativa en su teología y práctica espiritual.
Tal y como mencionaba al principio de este escrito, mi pretensión se encuentra muy alejada de presentar con exhaustividad cada una de las posiciones soteriológicas aquí descritas, sino más bien, brindar una pauta para que todo cristiano interesando en el tema pueda explorar las bases de su esperanza de Salvación prometida por Dios. También es mi intención advertir que con frecuencia se presenta una imagen deformada tanto de las posturas calvinistas y arminianas cada vez que se quiere rebatir contra ellas. Siempre es importante contar con una visión objetiva y completa de cada perspectiva antes de manifestar cualquier opinión o postura personal.
Para finalizar, y como se ha vislumbrado en las distintas posiciones que se exponen en este breve abordaje, el meollo del asunta recae en aquel contraste entre la Soberanía de Dios y la libertad humana, tal como si pusiéramos ambas a una balanza y tratáramos de determinar cuál tiene mayor peso en la realidad del creyente. En última instancia, no nos queda más que maravillarnos y apreciar la profundidad e incomprensibilidad de la naturaleza divina de la obra salvífica de nuestro Señor en la cruz, que nos invita a un diálogo continuo, una fe viva y una relación personal y creciente con Dios.
Reconocer tanto la soberanía divina como nuestra responsabilidad personal nos desafía a vivir de manera coherente con el evangelio, profundizando nuestra dependencia de Dios mientras participamos activamente en nuestra propia santificación y en la misión de la iglesia. Este equilibrio no solamente enriquece nuestra comprensión teológica, sino que también nos motiva a abrazar con humildad y esperanza el misterio de la gracia divina, confiando en que, a través de nuestra caminata de fe, seremos continuamente transformados y sostenidos por el inquebrantable amor de Cristo, hasta que lleguemos a la plenitud de la salvación prometida.